Carolina es una paisa que con su solidaridad le da un respiro al pulmón del mundo: el
“Me secuestraron cuando era una niña de 11 años y vi esa otra
Ella siempre se ha dedicado a ayudar a los demás, pero en los años 90 hizo una solicitud: le pidió a la comunidad llamada 7 de agosto, de Puerto Nariño, Amazonas, que la acogieran, pues su sueño era vivir con ellos.
“Me quería ir de la ciudad, me quería ir a vivir a la selva, entonces quería ensayar; pero no, ellos son de allá y nosotros somos de la ciudad y puedo ayudar más estando en la ciudad que estando en la selva”, asegura.
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Se fue a vivir a otra ciudad, esta vez fuera del país. Desde Boston, sigue conectada con el Amazonas y su labor social.
“Me enamoré de la selva, del verde, de la gente, de la comida, de los sonidos, de la pureza de ese lugar; primero me enamoré y segundo porque están muy abandonados”, manifiesta.
Cada febrero, Carolina visita 16 comunidades del Amazonas para entregarles ayudas.
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Justo antes de la
“Las monjas van y llevan unas guías y cada uno trabaja en la casa, pero no tienen internet, los papás son analfabetas, yo creo que el año pasado no aprendieron absolutamente nada”, lamenta.
Comenzó entregando 80 kits escolares y ya ha entregado casi 2.000.
Durante la pandemia, cambió la ayuda y comenzó a repartir mercados, pero se dio cuenta de algo.
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“El mercado se desaparece en una semana, si no es antes, mientras que una herramienta puede seguir cultivando la tierra, pueden seguir teniendo comida siempre y de eso puedes producir porque los excedentes ya hemos visto que han vendido, han conseguido su plata”, señala.
Por eso ha entregado 270 kits de herramientas para sembrar cebollas, frijoles, sandías, entre muchos otros alimentos.
Carolina ayuda a las mujeres a tener soberanía alimentaria y a que los niños reciban una buena educación. Su corazón está en el Amazonas, porque como dice ella: ayudar es su estilo de vida.
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