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A 90 años de la masacre de las bananeras, su huella no se borra de la memoria de los cienagueros

Sin una cifra exacta de los muertos que hubo ese día, literatura y tradición oral se han unido para no dejar olvidar una de las peores matanzas del siglo XX.

En Ciénaga, Magdalena, solo existen nueve tumbas con las víctimas de lo que fue uno de los sucesos más trágicos en la historia de Colombia: la masacre de las bananeras. A penas nueve, de una matanza que pudo llegar a cobrar la vida de miles de trabajadores que protestaban contra las injustas condiciones laborales dadas por la United Fruit Company.

Aunque no hay un número exacto de víctimas, el general Carlos Cortés Vargas, quien ordenó al Ejército disparar ese día contra la multitud, dice que no hubo más de 47 muertos.

Sin embargo, un cable descalificado de la Embajada de Estados Unidos afirma que fueron más de 1000 muertos; la masacre quedó grabada de forma indeleble en la mente de los cienagueros y de los colombianos.

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“Un señor que trabajaba en el ferrocarril me dijo: ‘yo vi un río de sangre que corría por el playón’. Él dice que vio una masa de muertos que él no podía numerar, no las pudo contar, pero que alrededor de las 8 o 9 de la mañana, ya esos muertos habían desaparecido”, contó Guillermo Henríquez, escritor y dramaturgo cienaguero que ha servido de memoria viva frente a este hecho que tiñó de sangre a Ciénaga.

La tragedia comenzó casi un mes antes, cuando el 12 de noviembre de 1928 los trabajadores se declararon en huelga permanente y se apostaron en la estación de trenes. Frente a la negativa de levantar el paro y negociar, el presidente Miguel Abadía Méndez comisionó al general Cortés Vargas y a un contingente del Ejército para que disipara las concentraciones huelguistas.

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Fueron varios los intentos del oficial por cumplir con su misión e incluso dio un ultimátum de abrir fuego si no abandonaban la estación, pero los trabajadores no cedieron con la esperanza de ser escuchados por la empresa y/o el gobierno. Ante la negativa, Cortes Vargas ordenó disparar a discreción.

El silencio que sucedió a las balas dejó una macabra escena: una pila de cadáveres que fue levantada con urgencia por los militares y desaparecida sin dejar rastro. Ha sido esta acción la que ha alimentado la leyenda por casi nueve décadas. Entre los 47 muertos dichos por Cortés y los 1.000 revelados por los Estados Unidos, hay otro misterio, ¿dónde están los cuerpos?

Según testigos de la masacre de las bananeras, algunos de los cuerpos habrían sido incinerados, otros, enterrados en fosas comunes, y unos más fueron echados al mar.

Este último método lo describe en toda su crudeza Agustín Segundo Lara, embajador de la reconciliación de USAID: “Tal cual cuenta un testigo es que los traían (los cadáveres) desde la Plazoleta de los Mártires, o antigua estación del ferrocarril, donde ocurrió la masacre y desde allá se traían grandes cantidades de cadáveres para ser embarcados en pequeños botes. La idea era que, una vez cargados en la pichincha, llevarlos a ultramar y arrojarlos allá para poder borrar evidencias que era la finalidad del trasteo de muertos. Se dice que fueron más de 300 muertos, que por esta vía pudieron deshacerse de ellos arrojándolos al mar”.

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Agustín Lara también es el custodio de la memoria de Ciénaga. Solo él puede hacer un viaje cronológico por cada uno de los lugares de la tragedia: desde el cuartel donde impartió la orden de disparar el general Cortés Vargas, pasando por las casas que se erigieron sobre las fosas comunes, las calles que desembocaban en el puerto para llevar los cadáveres a ultramar y hasta la Plaza de los Mártires con su imponente Prometeo de la libertad, en honor a esos obreros sin nombre y sin tumbas.

Para él, la única razón de esta cruenta masacre que marcó la historia de Colombia fue que “mientras aquí (Ciénaga) se bailaba cumbia con fajos de billetes prendidos por simple diversión, por simple demostrar quién tenía más plata que otros, en el campo colombiano los trabajadores vivían como cerdos, vivían miserables”.

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Un recuerdo que parece lejano, pero aquí en la Ciénaga no se olvida.

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