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¿Cómo viven las FARC desde la selva el proceso de paz?

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Bairon duró dos años muerto. El 6 de agosto de 2009, en un bombardeo ocurrido en el campamento de La Honda, Meta, cayó abatido y días después el CTI de la Fiscalía confirmó su muerte con pruebas de ADN. “Murió el escudero del Mono Jojoy”, dijeron. En 2011, el propio Ejército reconoció que este guerrillero estaba vivo y que tenía “más poder que antes”. Hoy es uno de los comandantes más poderosos del bloque Oriental de las Farc y está a punto de dar una entrevista, luego de años de silencio.

Pistola en la mesa, fusil colgado en un palo y mirada directa, casi arrogante. “Nosotros somos el embrión de un nuevo poder en toda esta región y la gente tal cual lo siente, un nuevo poder y pudiéramos decir un nuevo Estado, desde luego, porque somos eso”, dice cuando uno de nosotros pregunta si la guerrilla sigue siendo la autoridad en este lugar.

Bairon lidera la columna móvil Mariana Páez de las Farc, que opera en el sur del Meta y Caquetá. Está al mando de por lo menos 30 hombres y mujeres que patrullan las serranías y montañas de la región, siembran minas para contener al Ejército y estudian a Lenin y a Marx todos los días. Los guerreros de Bairon no tienen más de 30 años. Todos son campesinos y muchos viven a pocos kilómetros de la zona en la que estamos.

Al llamado del “oficial de servicio” se organizan en dos filas, en el patio central del campamento. Todos visten de verde, llevan una gorra militar con una estrella roja en el medio. Miran al frente, retadores, mientras sostienen contra el piso su fusil. “Adelante, arriba, al lado, abajo…”, dice el oficial.

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Ellos siguen las órdenes con su fusil y se preguntan qué hacemos ahí. No es una formación como la de todos los días, fría y llena de soledad. Hoy hay cámaras, hay personas extrañas, hay periodistas de los “medios de comunicación de la oligarquía”. La gimnasia, como le dicen ellos, continúa. Les piden mover la cabeza, estirarse y marchar.

Hombres y mujeres que todavía combaten contra el Estado, luego de 50 años como movimiento al margen de la ley. “Somos el ejército del pueblo”, dicen algunos, convencidos. Un par de ejercicios más y el grito que retumba en la selva: “¡Viva Colombia!”. Y marchan hacia sus “caletas”, que son las camas guerrilleras, una especie de cuna construida con madera, hojas y plástico.

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A la caleta le cuelgan un toldillo todas las noches para resguardarse de los mosquitos. La noche, precisamente, es la mayor preocupación de los cerca de 8.000 guerrilleros que, según cifras oficiales, tienen las Farc. “Es el método más cobarde para atacarnos”, dicen varios de los combatientes de la zona. Se refieren a los bombardeos, a los ataques aéreos que ha implementado el Gobierno y que han dado como resultado la muerte de varios jefes de esta organización, por ejemplo Raúl Reyes y el Mono Jojoy.

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