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Los Informantes se metieron al Mango, el pueblo que sacó la Policía

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Las primeras ráfagas sonaron casi a las 9 de la mañana. Era domingo, la gente compraba carne o iba para misa cuando la guerra nos sorprendió a todos.

Nos gritó de frente que sólo es posible dimensionar la realidad del conflicto en Colombia cuando las balas pasan a centímetros y los cilindros explotan a metros. De alguna parte comenzaron a llover disparos y quedamos en medio del fuego cruzado.

El hueco que dejó un cilindro estallado la noche anterior se convirtió en nuestro salvavidas. Estábamos en la mitad de un enfrentamiento entre las Farc y la policía. Se disparaban sin medirse, de montaña a montaña, sin importar quién estuviera cerca. Y nosotros ahí, aferrados a la tierra, con la cabeza agachada para escondernos de las balas. En la guerra, cualquiera puede morir. Los habitantes de El Mango, un pueblo semidestruido del sur del Cauca, saben de sobra qué es la guerra, porque la viven con intensidad desde hace años.

Nadie les ha dicho qué hacer, pero la fuerza de la costumbre los ha enseñado a moverse medianamente tranquilos en medio de las balas, las granadas, los tatucos y los cilindros. Son expertos en sobrevivir.

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