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“No hay que matarlos, hay que darles trabajo”: jóvenes en Bajo Atrato están atrapados por la guerra

Muchos han caído en las redes delictivas y ahora viven con miedo por las amenas de limpieza social de paramilitares. Este es el preocupante panorama. 
En el norte del Chocó, luego de navegar varias horas, un equipo de Noticias Caracol llegó a Riosucio, una población ribereña cercana a la frontera con Panamá. Afros e indígenas habitan este sector del Urabá chocoano.
Una fanfarria de niños alegres anda estas calles, que nunca conocieron el asfalto. 
Y son precisamente los más jóvenes una de las mayores preocupaciones de los adultos. 
En videos que circulan por redes sociales se ven combos de muchachos enfrentados a machete. Muchos ni siquiera saben por qué pelean. 
Emerson Mena, periodista local, es uno de los que se preocupa por calmar los ánimos. 
“Que ellos en vez del machete, su herramienta sea esos talentos que hay dentro de ellos”, dice. 
Asimismo, la iglesia tiene clara la situación de riesgo de los jóvenes del Bajo Atrato. 
“El mismo proceso de narcotráfico y micrográfico que se genera hace que a los jóvenes los empiecen a encantar con la droga, después los vuelvan participes y, cuando empiezan a coger alas en eso, entonces se vuelven un objetivo militar”, asegura el sacerdote Álvaro Marín. 
En el pueblo piden que no les hagan daño: “A esos niños no hay que matarlos, hay que llamarlos, traerlos, darles trabajo, hablar bien con ellos, darles consejos”.
Otros que están en riesgo son los muchachos de las comunidades woonan y embera. Menores están siendo reclutados por los grupos armados, denuncian las autoridades indígenas. 
Estos fenómenos han sido consignados en una investigación reciente de la Fundación Paz y Reconciliación, que estudia el proceso de posconflicto en la región.
A esta zona, dicen muchos, la paz no ha llegado pese a los acuerdos con las FARC. 
“Se vive la misma guerra de antes de los acuerdos de la paz, pero con otros actores armados”, denuncia el padre Marín. 
A pesar de todo, la fuerza y la energía de los jóvenes, que no se rinden y que sueñan con un futuro mejor, es incontenible, como inquebrantable es su optimismo. Ellos le hablan al país y le piden al Gobierno que no los siga ignorando.     

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