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Veinte años de la masacre de Bojayá: “Ni levantar los cuerpos nos dejaron”

Un cilindro bomba, lanzado por las FARC contra una iglesia durante combates con paramilitares, causó 98 víctimas civiles, entre ellos muchos niños. Exguerrilleros le relataron a la JEP la guerra sin cuartel por el control del río Atrato y un sobreviviente, las escenas que no olvida.

Masacre de Bojayá, 20 años: exguerrilleros y un sobreviviente recordaron lo que sucedió

Una vela fue la señal de la esperanza de un pueblo que aún se mantiene en pie, a pesar de haber sufrido el peor ataque contra la población civil en medio de un conflicto cruel y descarnado entre FARC y paramilitares.

“Hubieron (sic) personas insensatas que se decidieron a tirarla porque ellos sabían que la población civil estaba allí desde hacía ya más o menos unas 16 horas”, dice uno de los sobrevivientes.

Esto fue la masacre de Bojayá, la muerte de civiles que quedaron en medio de un enfrentamiento entre dos enemigos acérrimos: las FARC y los paramilitares, cobrando la vida de 98 personas, 48 de ellas menores de edad.

Veinte años después, seis de los exguerrilleros de las FARC contaron cómo se ejecutó uno de los ataques más crueles cometidos por la extinta guerrilla. Así lo describió uno de los comandantes del frente 34.

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El enfrentamiento se dio por el control territorial del río Atrato y la zona conocida como Bellavista, en donde se unen las cabeceras municipales de Vigía del Fuerte y Bojayá, Chocó. Antes de esta situación que se presentó acá nosotros teníamos un control de este territorio, con el objetivo de que ustedes entiendan de que uno nunca le mete candela a su casa, uno nunca le mete candela a la casa.

Es en ese intento de recuperación de un caserío llamado Caño Seco, los paramilitares deciden moverse y refugiarse en cercanías de Bojayá, lo que ya era indicio de amenaza para los guerrilleros.

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Estábamos en este sitio cuando nos informan de que los paramilitares habían pasado por río Sucio, que hay comando de policía, y que habían hecho el recorrido hasta llegar a Bojayá. Hay que tener en cuenta que esta era un área controlada, pero nosotros salimos para allá y dejamos cosas en caletas aquí alrededor, cerca de vigía de Bojayá.

Allí la estrategia de los guerrilleros cambió y el plan consistió en llegarles a los paramilitares por detrás, como efectivamente ocurrió.

Cuando nosotros llegamos acá los paramilitares estaban en Puerto Conte. Entonces lo que hicimos fue que cuando sonó candela allá, reventamos candela aquí con ellos. Hay que tener en cuenta que ellos estaban en la partecita a un ladito del caserío, cuando les atacamos ellos no cogieron hacia arriba sino que se volvieron hacia Bojayá.

Pero el ataque no fue tan intempestivo, ni se dio de la noche a la mañana. Desde abril de ese año, organismos como la Defensoría y la ONU alertaron el riesgo que esta población del país corría por los constantes enfrentamientos.

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Incluso, los mismos pobladores ante el temor de que sucediera lo peor hicieron un tratado de paz, del cual ambos grupos hicieron caso omiso, como lo cuenta Leiner Palacios, víctima de la masacre y hoy comisionado de la verdad.

Pero no valieron las suplicas y el temor de la comunidad. Lo peor estaba por venir y sucedió justo el 2 de mayo de 2002. Tras varias horas de combate, los guerrilleros de las FARC armaron cilindros bomba que fueron lanzados para replegar a los paramilitares.

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El tercer cilindro bomba lanzado por los guerrilleros cayó en el altar de la iglesia, donde se refugiaban unas 300 personas, aproximadamente a las 10:45 de la mañana.

Lo que vimos el 2 de mayo fue tremendamente espantoso porque a la antesala de la bomba vimos cómo algunos pobladores vieron cómo la guerrilla preparaba el artefacto para lanzarlo hasta allá, pero también algunos nos tocó correr hasta donde estaban los paramilitares para suplicarles que por Dios dejaran de disparar de allí porque nos estaban colocando en riesgo... ver a los niños llorar, ver a las madres, la angustia de los padres; una incertidumbre total.

Así lo relata el comisionado de la verdad Leider Palacios.

No valió ruego, suplica, ni llanto de ningún niño, madre o abuelo: la orden en las FARC era seguir con el ataque. Lo que vino después fue, como lo describe Leiner Palacios, una carnicería, de la cual ni Cristo se salvó.

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Fue una carnicería propiamente ver tantos cuerpos despedazados allí, manos, cabezas, fue realmente una escena que aún no se me borra. Los cuerpos tirados con balas, la sangre correr por el piso de la iglesia y cómo quedaron muchos seres humanos. Pero lo que más me impresionó fue cuando llegamos para suplicarle a los grupos armados que por favor nos permitirieran recoger los muertos y ni eso se permitió.

Los seis exguerrilleros de las JEP reconocieron su responsabilidad en los hechos y pidieron perdón a las víctimas por tan lamentable y cruel hecho. Sin embargo, para Leiner Palacios, el recrudecimiento de la violencia en el país alerta que cosas peores podrían pasar hoy.

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