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Esclavos de la coca: campesinos de Guaviare cuentan su cruda realidad

Esclavos de la coca: campesinos de Guaviare cuentan su cruda realidad

Saben que cultivarla no está bien pero la pobreza y la falta de oportunidades los obliga. La erradicación manual de las autoridades los obligó a reinventarse.

Cada dos meses el profundo silencio de la vasta selva lo interrumpen lo motores. Con ellos, los campesinos pican la hoja. ‘Colacho’ está dedicado al cultivo en el Guaviare.

 "Somos esclavos de la coca porque no tenemos para dónde más echar", dice.

A solo 15 metros de su humilde casa, él y Yolanda tienen su cambullón, donde con técnicas aún rudimentarias, procesan la hoja. Es un negocio de familia.

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"Raspar, fumigar, bolear machete, acá en el cambullón", explica Jerson.

En el pasado, los cocaleros han cultivado maíz y yuca a pérdida; aun así, quieren dejar la hoja maldita.

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"Si yo me saco dos kilos de mercancía me los llevo al hombro y en la mano, mientras que yo no me puedo llevar dos o tres tonelada en la mano. Y el gobierno no ve eso, que nosotros cultivamos la coca porque nos toca, no porque queremos", dice Colacho.

En esta tierra, rica en coltán y oro, la bonanza cocalera vio parir hijos de colonos  que desgastan su juventud extrayendo hasta lo último que larga la mezcla de hoja de coca, amoniaco, y ACPM.

Desde hace tres meses, los campesinos cocaleros  están en choque con el Gobierno por la erradicación forzada de los cultivos.

"Somos conscientes que esta mata produce tanto daño, pero nosotros no tenemos otra forma de vivir. Nosotros somos conscientes que esta es una hierba maligna pero nos toca trabajarla por obligación", explican.

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La misma erradicación los ha hecho reinventarse. "La fuerza pública nos está erradicando un cultivo ahí, y nos ha tocado recogerla para resembrarla. Si nos arrancan y no hacemos este proceso de volver a sembrar, definitivamente no tenemos cómo sostener nuestras familias acá”, señalan.

De esta economía ilegal viven mujeres como doña Rosa, que nos invitó a su cocina, en la misma que prepara los alimentos para saciar el hambre de los jornaleros.

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Sus ojos, sus manos y su cocina, son testigos del proceso final.

"La situación siempre es pesada. La gente afuera piensa que acá los campesinos vivimos superbien y no, aquí la situación es delicada. Yo tengo mi familia afuera y hace más de ocho años no los veo. Yo no tengo con qué mandarles", dice con lágrimas.

Aquí la soberanía la ejerce la disidencia de las FARC no se mueve una sola hoja, incluida la de coca, sin su  control. Cobran 300 mil pesos de impuesto por kilogramo de pasta base procesada.

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