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El virus que llegó de la China y nos hizo la vida de cuadritos: así cambió la sociedad colombiana

Durante la pandemia, las familias tuvieron que compartir más, para bien o para mal. Se relajaron las reglas sociales y cambiaron los roles. Pero también creció la preocupación por la salud y la muerte y muchos tuvieron que decir adiós desde lejos.

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De la China llegó un virus cargado de incertidumbre y miedo y nos hizo la vida cuadritos.

Para unos, las paredes se encogieron por la falta de libertad y la vida fue un infierno; otros se las ingeniaron y a punta de creatividad hicieron de la cuarentena un eterno fin de semana.

Ojalá el COVID-19 hubiera sido puro cuento chino. El corre-corre quedó atrás y la pandemia nos obligó a frenar en seco. Esa sensación apocalíptica de que vivimos en un mundo de peligros y desconfianza con un enemigo invisible, que está en todas partes o en ninguna, omnipresente y misterioso, hizo que cualquier cosa por fuera de la familia se sintiera como un riesgo potencial y entonces dividimos el mundo en dos: ellos y nosotros.

Algunas parejas se reencontraron y volvieron a quererse mientras que otras acabaron su historia de amor cuando descubrieron que ya no podían fingir más ni convivir más y decidieron separarse.

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“Perdona que tenga un toque pesimista en las cosas que digo, pero vi el otro día que el número de divorcios en Estados Unidos en los últimos seis meses era el 30% por encima del periodo equivalente hace un año", dice John Carlin, escritor y periodista británico.

Según Notariado y Registro, las cifras de divorcios bajaron pero no necesariamente por falta de voluntad.

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“Yo quiero pensar que, en general, has habido más acercamiento en las familias, más solidaridad”, señala Carlin.

La convivencia se convirtió en la gran prueba de fuego de los hogares colombianos y, para bien o para mal, sacó lo mejor o lo peor de cada uno.

“Hemos vuelto a casi un estado animal. De animal en el zoológico. Todos ahí enjaulados y toda una vida mucho más simple”, agrega el escritor.

Pandemia y familia

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Algunas familias se rompieron en pedazos y otras lograron recomponer los daños y las heridas del pasado. La intensidad del 24/7 de los mismos con las mismas generó cambios en las dinámicas.

Así lo dice la profesora Diana Melo: “Peleamos menos ahora; la convivencia no es estar siempre agarrados de la mano. Inclusive tuvimos más sexo que antes”.

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Y los que pudieron buscar ayuda acudieron a psicólogos y terapistas que trabajaron sin parar asesorando en línea a parejas al borde de un ataque de nervios.

Aunque disminuyeron las denuncias sobre la violencia intrafamiliar, sobre todo contra las mujeres y los niños, queda la duda de si fue por la incapacidad y el subregistro de los casos o por la imposibilidad de las víctimas de denunciar porque conviven con el abusador o porque las familias ampliadas, pero en cuarentena hicieron de escudo protector que evitó más violencia.

“En esta coyuntura los cuidadores eran un círculo ampliado, papás o abuelos, y eso permitía la vigilancia de los niños por todos y no solo por una sola persona”, asegura Lina Arbeláez, directora del ICBF.

Además del virus y cuarentena, el 2020 ha sido un año triste para las mujeres. Se han registrado 178 feminicidios. La mayoría de agresores son parejas, exparejas u hombres cercanos a las víctimas.

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¿Qué es lo que Isabel Allende extraña en esta pandemia?

¿Más libres de la moda y las reglas sociales?

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En la intimidad cambiaron hasta las costumbres y la moda.

Estuvimos como en una eterna pijamada y anduvimos presentables de la cintura para arriba para estar a la altura de las reuniones en línea; algunos cambiaron de look por las licencias del teletrabajo que relajaron los códigos de oficina.

Muchos cortaron de raíz el problema: se dejaron las canas, no se pintaron ni se cortaron el pelo, mientras que otros se raparon y nunca se volvieron a afeitar.

Aunque la única certeza en esta vida es que nos vamos a morir, tener a la enfermedad y a la muerte rondándonos con tanto vigor hizo que los colombianos pensaran distinto en su futuro.

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“Se nota mucho que la gente está preocupada es en los seguros de salud. Los colombianos aseguramos las cosas, pero más el automóvil que la vida. Solo el 4% del total de las pólizas que se expiden en Colombia son de vida. Nos creemos inmortales”, señala Miguel Gómez, presidente de Fasecolda.

El rito de la muerte para los colombianos

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Por eso como nunca antes se habló en la sobremesa y hasta con los niños de las últimas voluntades para estar preparados para lo peor.

Lo más difícil durante la pandemia lo han sufrido los que perdieron a algún ser querido, los ritos de las despedidas desde lejos.

El antropólogo Juan Pablo Ospina lo explica: “los ritos funerarios se han visto completamente transformados. Lo que ha generado esta pandemia es fortalecer estas inquietudes sobre la muerte. Los temores, las angustias. En tiempos de COVID los muertos son entregados en cenizas y se salta una fase importante que es tener la posibilidad de ritualizar el cuerpo, la imposibilidad de despedirse”.

Según eso, el duelo a la distancia es más triste y doloroso.

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“Hemos visto es que se ha recurrido a eventos postentierro desde la casa, novenarios en forma virtual. Se pierde por completo lo que en la sociedad colombiana comprendemos como el fenómeno natural de la muerte”, dice Ospina.

En una sociedad tan machista como la nuestra, floreció en algunos hogares una nueva masculinidad. Solidaridad de muchos, que se repartieron oficios y lograron adaptar sus casas como oficinas y salones de clase para que la vida pudiera fluir lo más normal posible.

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“Esta pandemia nos tiene que enseñar que podemos contar con la familia y la necesidad de fortalecerla. O salimos mejor o salimos peor, pero no igual”, piensa monseñor Elkin Álvarez, secretario general Conferencia Episcopal de Colombia.

Algunas familias que estaban alejadas aprovecharon la distancia obligada y el encierro y se volvieron a encontrar y hubo toda clase de eventos y celebraciones por internet: florecieron romances, hubo matrimonios, cumpleaños, peleas y reconciliaciones.

Volvieron los planes de otra época, los juegos de mesa y los rompecabezas se agotaron en los almacenes de grandes superficies de todo el país.

Los adolescentes tuvieron que amarrarse las alas con los sueños en pausa.

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¿Por qué hasta el amor ha cambiado en las redes sociales durante la pandemia?

Y los solitarios, por elección o por obligación, estuvieron más solos que nunca agarrados de la tecnología o con la mascota preferida. En el país hay 4,5 millones de hogares con perros o gatos. Más animales de compañía que antes de la pandemia.

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Sufrieron también esas familias con mayores en ancianatos o centros de compañía o los que estaban lejos y no lograron llegar a tiempo a sus casas, cuando cerraron las fronteras y el transporte.

“En cuarentena aprendí a valorar lo que es la presencia de la familia. Me hacían mucha falta los niños, me sentía muy solo. Eso era grave para nosotros”, dice Leonardo Vallejo, un pensionado.

Según datos de consumo durante los últimos meses, los colombianos compraron por ejemplo más harina, polvo de hornear y levadura que nunca. La cocina se volvió el centro de algunos hogares: los más afortunados experimentaron recetas y se dedicaron a probar sabores nuevos, pero estar en la casa tan cerca de la despensa, costó a muchos unos kilos de más y para el peso tampoco ayudó mucho la vida sedentaria y la falta de ejercicio.

Para muchos, la vida se puso más dura por el COVID-19. Según el DANE, el 21% de los hogares en el país tuvieron que sacrificar una de las tres comidas al día. Para los inmigrantes, por ejemplo, la situación fue dramática.

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¿Cómo ha afectado la pandemia a los más vulnerables?

Mirando hacia adelante, arquitectos y diseñadores tendrán que repensar las casas con menos zonas sociales y más espacio en donde quepa un escritorio para estudiar o trabajar.

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Por eso, para volver a abrir las ventanas de par en par, hay que protegernos nosotros primero con tal de proteger a los demás. Distanciarnos, usar tapabocas y lavarnos las manos para poder mantenernos unidos propios y extraños.

Solo así seremos un mejor país, entender que la vida de los otros es tan valiosa como la nuestra.

Como de nuestras acciones depende el futuro de los demás, ya va siendo hora de abrir las ventanas -conscientes y protegidos- para dejar atrás la vida hecha puros cuadritos.