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¿Cómo vivió Bogotá la gripe española, la pandemia que mató a 1.500 personas en dos meses?

El virus que atacó al país en 1918 obligó a que la capital se transformara y que el Gobierno se preocupara por la salud pública. ¿Qué tiene en común con el COVID-19?

Gripe española

Bogotá tenía hace un siglo 141 mil habitantes y puso en dos meses 1.500 de los muertos que provocó la gripe española.

Carlos Daguer, periodista e investigador de ciencia y un apasionado por la historia de la salud en Colombia, dice que esta pandemia “mató al 1% de la población bogotana. Eso significa 1.000 muertes por cada 100.000. Hoy, a día de hoy, el coronavirus lleva una tasa de mortalidad de alrededor de 100 por cada 100 mil, todavía hay una diferencia muy grande entre la letalidad de una pandemia versus la otra”.

Cuenta que, en esa época, como ahora, varios trabajos se vieron detenidos por la expansión del virus.

“El Congreso dejó de asistir, el tranvía se detuvo, incluso los telégrafos, que eran los que menos paraban para comunicar a Bogotá con el resto del país, tuvieron que suspender sus actividades. Algunos novelistas decían que los aurigas del tranvía eran inmunes a cualquier peste, pero incluso ellos, algunos novelistas contaban que caían sobre las ancas de sus caballos debido a esta enfermedad”, relata.

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Las cuentas de esa hecatombe de cadáveres aparecen en un texto de la Academia Nacional de Medicina de diciembre de 1918:

En el mes de octubre hubo 1.075 defunciones por la gripa, y en noviembre, 498. Aunque todas las clases sufrieron la enfermedad, fue en la clase obrera y en la proletaria en las que más rápidamente se extendió y más alta mortalidad ocasionó (…). La enfermedad se generalizó desde el 20 de octubre tan rápidamente que el 25 se calculaba, con fundamento, que el número de griposos pasaba de cuarenta mil.

Los más pobres, los más afectados por la gripe española

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Y es que, en esa época, unos 50 mil bogotanos vivían entonces sobre las lomas de los cerros de Monserrate y Guadalupe. Sus hogares en tugurios insalubres y helados, sin letrinas ni asepsia alguna. La investigadora estadounidense Jane Rausch documentó esos tiempos en una investigación que recogió Ana González, doctora en virología e inmunología.

“Cuando empezó la pandemia, más o menos como el 42% de Bogotá vivía en extrema pobreza y se acumulaba. Muchas de esas personas pobres vivían en Monserrate, obviamente no había baños ni letrinas siquiera, entonces todos los excrementos humanos y todas las basuras se acumulaban alrededor del barrio. Y decía ella que para los médicos entrar a ese barrio era casi imposible, entonces la gente se moría”, dice la especialista sobre ese documento.

“La epidemia hizo muy visible la diferencia de clases en la sociedad bogotana, fue impresionante, y eso se manifestó en la mortalidad, se concentró la mortalidad en los más pobres, pero además la ciudad se dio cuenta de dónde estaban habitando esos pobres, es que eran unas condiciones terribles, casi nadie iba allá, la gente vivía en unos muladares, en unas cuevas”, dice Juan Carlos Eslava, médico y profesor de la Universidad Nacional.

En hospitales como el de La Hortúa, donde actualmente funciona el San Juan de Dios, no daban abasto. Allí, los médicos ensayaban recetas, formulaban tónicos inservibles y aventuraban hipótesis rotundas sobre la bacteria que enfermaba a la capital del país. La ciencia todavía no había descubierto lo que era un virus.

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“Había carretillas especiales para llevar a los cadáveres al cementerio, y se habla de una carretilla macabra, porque eran bastantes los muertos y no se sabía cómo manejar tanto cadáver”, cuenta Eslava.

Según la inmunóloga González, “tan pronto se acabó la pandemia el gobierno impuso leyes como que en ciudades donde había más de 15 mil habitantes, el 2% de los impuestos se iba a dedicar a la construcción de hogares con infraestructura sanitaria de alto nivel para la clase laboral”.

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Muchos entendieron el valor de la higiene y fue así como se fundó La Perseverancia, el barrio obrero de la ciudad. La visión de Leo Kopp, el dueño de Bavaria, fue clave en las nuevas construcciones que vendrían.

“Empieza a incorporar en sus trabajadores la necesidad de que se adopten unas medidas de autocuidado o autoprotección”, relata Dairo Alirio Giraldo, alcalde local de Santa Fe.

Los obreros ya tenían mejor calidad de vida “y los predios como tal eran unas construcciones relativamente amplias, lo cual permitía que se pudieran construir letrinas, unos sistemas, digamos, de cuidado personal lo suficientemente generosos y adecuados para ese momento, de tal manera que las personas pudieran mantener esas medidas de autoprotección”, agregó el funcionario.

Lo ocurrido en Bogotá después de la pandemia de 1918 fue clave para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y mejoró su higiene a la brava.

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