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En busca de Timbalí, la ciudad de ‘La rebelión de las ratas’

Aunque solo existe en la geografía imaginaria del escritor Fernando Soto Aparicio, es en realidad muchos pueblos de Colombia.

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Timbalí suena a Cauca, pero huele a Boyacá: a Socha, a Santa Rosa de Viterbo, a Paz de Río, a la tierra amada del escritor.

“Él ve es a Paz de Río, pero en su ficción él (Fernando Soto Aparicio) crea ese pueblo Timbalí”, sostiene el escritor Reynaldo Caballero.

Y así como Caballero ve a Timbalí en Paz de Río; viejos mineros ya retirados como Senén Rodríguez sienten que, de alguna manera, son réplicas del protagonista de ‘La rebelión de las ratas’.

“Yo me he sentido Rudecindo, de verdad, porque eso que dice Fernando Soto Aparicio, eso es la realidad”, dice Senén Rodríguez.

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Bien narraba el libro…

“Por sobre su cabeza, muy alto, pasaban las góndolas. Bajaba una, cargada de carbón, y otra subía desocupada. Era una procesión interminable”.

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Misael González también fue minero por muchos años y sabe bien que lo que vivió Rudecindo Cristancho en la ficción, lo vivieron hombres como él en la realidad.

“Tocaba amarrarle un lazo a la carretilla y echársela uno al hombro y empezar a tirar, eso se llamaba la remolca, que eso me tocó hacerlo a mí… la vida de cristiano”, cuenta Misael.

La rebelión en la obra es ficción, pero el agotamiento y la miseria eran realidad. El ingeniero Tomas Charris habla de malestar no de revuelta.

“Realmente aquí nunca hubo rebelión, a lo mejor habría malestar del minero, porque es que el trabajo de la minería es duro y es agreste”, sostiene.

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El único barrio de los extranjeros al que pudo aludir en su ficción Fernando Soto Aparicio es Belencito, una vereda de Nobsa, donde Acerías Paz del Río montó a mediados del siglo pasado una ciudad campamentaria para alojar a sus ingenieros.

“Y de súbito llegaron los extranjeros: ingleses, franceses, alemanes. (…) Construyeron casas de aspecto raro, con los tejados terminados en punta, con puertas de vidrio y de metal. Y fundaron, a un lado del pueblo de los trabajadores, una especie de barrio, con las calles pavimentadas”.

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Belencito era un lugar apacible con un convento de Agustinos y una iglesia de una sola torre, que se convirtió en ciudad en solo ocho años, tal y como lo relató Gabriel García Márquez en una crónica de El Espectador publicada en 1954, por los días en que el general Rojas Pinilla inauguró la siderúrgica.

Pero, ¿Es Belencito el barrio de los extranjeros que inspiró el Timbalí de Soto Aparicio? El escritor Reynaldo Caballero dice que sí.

El ingeniero Tomas Charria trabajó muchos años en Acerías Paz de Río y conoció la vida de los extranjeros en esas tierras boyacenses.

Así describe Charria a los franceses: “Ellos eran muy celosos de su comida, no era igual la comida francesa a la comida boyacense. Entonces, ellos tenían un círculo francés y había un restaurante francés que se encargaba de preparar la comida”.

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Y los alemanes: “Eran unas personas más adultas, más serias. A los alemanes no les gustaba porque no eran latinos, en cambio el francés sí le gustaba integrarse más a un país latino”.

La ficción en la realidad: hombres que ganan la vida en la oscuridad; una vereda convertida en barrio de extranjeros; pueblos que cambiaron su entorno con la llegada de la minería, y un departamento -Boyacá- que recoge la memoria de un hombre que vivió contando historias hasta su último suspiro.

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* En cursiva los apartados del libro ‘La rebelión de las ratas’.

Vea la primera parte: 'La rebelión de las ratas': cuando la realidad supera la ficción

Vea la segunda parte: El viaje más profundo a las minas de carbón que esconden los secretos de ‘La rebelión de las ratas