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Amor campesino: “Nos ha tocado sufrir mucho, pero aquí estamos, gracias a Dios”

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A Héctor y su esposa les gusta el trabajo decente, por eso se negaron a sembrar coca y han vivido su romance durante 42 años en Mapiripán, Meta.

“El domingo 20 de julio, día de llanto y dolor, miré a mi pueblo querido, lleno de espanto y temblor, unos salían en canoa, otros salían en avión, y la Cruz Roja ofrecía apoyo a la población”, recita con nostalgia este campesino que ha sido desplazado en dos oportunidades de la tierra que lo vio nacer.

Pero la violencia no le impidió quedarse en Mapiripán, Meta, con el amor de su vida.

“Tenemos 42 años de vivir, cómo no la voy a querer si es la mamá de mis hijos, es muy linda, nos ha tocado sufrir mucho, pero ahí estamos, gracias a Dios”, dice entre lágrimas y besando a su mujer.

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Compraron una casita que, dicen con orgullo, consiguieron con trabajo limpio.

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“A los que no nos gusta la vida mala, a nosotros nos gusta trabajar decentemente, sin hacerle daño al país, porque yo la verdad no he trabajado con coca, yo he trabajado con agricultura casi toda mi vida”.

Y entre charla y caminata, Héctor vuelve a recordar ese poema de lo que un día ocurrió en Mapiripán: “El caserío quedó solo, nadie quería regresar, se escuchaba la noticia, porque fue internacional, mientras que en un pueblo fantasma se convertía Mapiripán.

De eso hace ya muchos años. Hoy, todo es distinto en este lugar.

“Ahorita, la vida está buena en Mapiripán, está bonita, a pesar de que hubo una guerra política, pero ya eso se está superando, ya la gente cayó en cuenta que por ahí no es el camino”.

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Como dice la canción, “cerquita de San José, bajando por el Guaviare, se encuentra un lindo pueblito, Mapiripán, y su linda gente amable”. Y desde allí, Héctor y su pareja les dejan el siguiente mensaje a los colombianos:

“Aprendamos a amarnos, que haya una paz grande, que nos respetemos. A los que les gusta discriminar de la raza media y pobre, no discriminen, porque la discriminación es una violencia terrible”.

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