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Zoológico de Kabul también es refugio de quienes huyen de la guerra

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El león Marjan fue durante mucho tiempo un símbolo de la supervivencia afgana. Más de diez años después de su muerte, el zoológico de Kabul sigue siendo uno de los pocos lugares de ocio que quedan en un país asfixiado por un conflicto interminable.
Mujeres, niños, familias y parejas pasean por él para admirar a los halcones, lechuzas, buitres, lobos o monos, y olvidarse por un momento de los retenes y del miedo a los atentados.
"Vinimos a hacer una pausa, a olvidarnos de nuestras preocupaciones y de nuestras penas", explica Mohamad Ali Akbari, de la provincia de Ghazni (sur), donde están muy activos los talibanes. Su mujer observa un oso; hicieron el viaje por ella, para que descanse.
Los monos son los preferidos de los niños, que se divierten imitando sus gestos y gritos.
En la cafetería colindante con la pajarera de faisanes se degustan patatas fritas, hamburguesas y refrescos.
Algunos visitantes prefieren la sombra de los árboles para compartir melones y sandías. Una pareja de enamorados está sentada frente a las gacelas, en busca de un poco de intimidad y huyendo de las miradas inquisitivas de quienes les prohíben estar juntos en la ciudad.
Estas escenas podrían parecer ordinarias en cualquier otro lugar, pero no en Kabul, donde la muerte acecha alimentada por una violencia que estalla sin previo aviso.
'¡No se coman los animales!' 
El zoológico de Kabul, el único de Afganistán, se encuentra en el corazón de la capital, rodeada de colinas en cuyas laderas se alzan casas de adobe.
Antes de la guerra civil, que devastó la ciudad desde 1992 hasta la llegada al poder de los talibanes en 1996, el zoológico albergaba muchos animales exóticos. La mayoría murieron o se escaparon, aterrorizados, durante los bombardeos.
De esa época, sólo queda el oso al que unos niños le rompieron la nariz con un palo, y un puñado de monos y aves.
Otros de tamaño medio como las ovejas o las cabras fueron robados para comerlos.
Los habitantes de Kabul bromean diciendo que antes una pancarta avisaba a los visitantes: "¡No se coman los animales!".
Muchas de las especies exóticas de pájaros también fueron robadas y vendidas.
El zoológico sufrió una lenta y difícil renovación y ahora alberga a 600 animales, la mayoría de ellos regalados por países amigos como India y China.
Una metáfora
"Hoy es más que un zoológico", afirma Aziz Gul Saqib, su director desde hace más de una década. "Las familias aquí se sienten seguras; es un lugar para relajarse".
El año pasado contó con más de 700.000 visitantes que le proporcionaron ingresos por valor de 250.000 dólares, y por consiguiente la ansiada autonomía financiera.
El director pudo así equipar el zoológico con cámaras de vigilancia y altavoces, que sirven para reprender a los niños que molestan a los animales.
"Es muy importante educar a la gente sobre la vida silvestre porque muchas especies de este país están en vías de extinción", insiste Aziz Gul Saqib.
El zoológico ha perdido a su estrella: Marjan, el león al que el disparo de una granada en 1993 dejó tuerto. Falleció con 26 años, en 2002, después de una vida ritmada por las convulsiones de Afganistán, desde la invasión soviética en 1979 hasta la caída de los talibanes en 2001.
Está enterrado en el zoológico y su estatua de bronce, en la entrada, acoge a los visitantes, que se sacan fotografías delante de ella.
En 2014 un sustituto ocupó su jaula, después de que un periodista viera a un felino escuálido atado a un tejado del barrio residencial de Taimani. Fue trasladado al zoológico, pero el león murió al cabo de unos meses.
Y es que en Afganistán el zoológico se ha convertido en una metáfora de la supervivencia en medio hostil.

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